Tomé esta foto hace muchos años, cerca de Potosí, Bolivia. Aún recuerdo la tensión que sentí al sacar la cámara, el riesgo que mi “yo” de ese momento creía estar corriendo, siendo extranjero, estando solo, y con poco más de 20 años.
La guardé muchos años. La publiqué en un medio más adelante. Hoy, esta escena de un niño lustrabotas y militares cobra para mí un significado nuevo, en el contexto de la generación de imágenes con IA en pleno despliegue de poder. Y aclaro: trato de no caer en los extremismos del “no uso”, ya que -por ejemplo- al editar digitalmente estamos usando un poco, o mucho, de ella.
Pero, además de eso que muestra (¿seguirá todo igual?), la imagen me habla del valor del fotoperiodismo, de la fotografía social, del afán de tomar una cámara e intentar contar algo, aunque a veces poco cambie. Un ejercicio que puede alterarse con la tecnología, pero que no se irá: siempre tendremos ese terreno de expresión, de narración, de despliegue.
Me habla de que es en la calle, en sus historias, en el terreno real, en el contar mejor -tratando de no forzar ni alterar nada-, donde está el espacio de expresión para continuar. Siempre estuvo, seguirá estando. Cuando leo tantos análisis sobre “el fin de la fotografía”, tanta presión por la toma perfecta, me da una pequeña-gran respuesta, que llega desde mi "yo" de hace tanto. A la calle, amigos, a seguir "foteando" y contando.
(Fotografía analógica, edición digital)

Más en esta sección

Back to Top